Una década atrás, China había decidido que también el fútbol estaría entre sus grandes apuestas industriales y expansivas. Y en 2017, la inversión para atraer estrellas y técnicos para sus equipos alcanzó los 400 millones de dólares. Creció hasta 550 millones un año después, cifra que colocaba a China como el cuarto mercado mundial en pases de jugadores en ese momento (y anticipaba lo que sería la movida de los sauditas en tiempos posteriores). Aquella era la época en la que llegaban jugadores como Jackson Martínez, Carlos Tévez, Ezequiel Lavezzi o Robinho, también Anelka, Drogba y Javier Mascherano. Y técnicos de la jerarquía de Fabio Capello, Marcello Lippi o Luiz Felipe Scolari.
Duró muy poco. La “burbuja” estalló hacia el 2021. Acosado por las deudas, el Jiangsu, su más reciente campeón, desapareció junto a otros 15 clubes. Los propietarios del Jiangsu, la cadena de centros comerciales Suning —era dueña también del Inter de Milán—, anunció “fin de las operaciones” del club, abrumado por unas deudas que podrían rondar los 77 millones de euros.
Y en los comienzos de este 2025, el símbolo de la declinación fue la exclusión de uno de sus grandes clubes, Guanzhoug, propiedad del gigante inmobiliario Evergrande, hoy en fase de liquidación según los tribunales de Hong Kong. Por su delicada situación económica el Guanzhoug había sido relegado en los últimos dos años a la segunda división. El Guangzhou llegó a ganar ocho campeonatos de China entre 2011 y 2019 y, dos veces, la liga de campeones de Asia. Contó con un técnico campeón del mundo como Lippi y jugadores como el citado Robinho. Todo hoy es un lejano pasado.
La caída del Guangzhou fue paralela al derrumbe de Evergrande, que acumula una deuda de 300 mil millones de dólares, centenares de miles de viviendas sin terminar y con su ex CEO, Hui Ka Yan, detenido desde 2023 cuando, en otro momento, era el hombre más rico de China.
Las estrellas del fútbol se marcharon rápidamente. Por ejemplo, el brasileño Oscar –quien había llegado en 2017 al Shanghai Port en 60 millones de dólares, el fichaje más caro del historial chino- se despidió del equipo, con el que llegó a ganar cinco títulos.
El interés de China por el fútbol se había planteado en términos económicos, pero también políticos. Pensaban que siendo el país más poblado de la Tierra, también podrían convertirse en potencia del deporte más popular del mundo. Los resultados no acompañaron nunca esa inversión. Los campeonatos locales resultan soporíferos y la Selección de China no tuvo ningún suceso en el terreno internacional: no clasificó casi nunca para los Mundiales, a excepción del 2002, donde perdió todos sus partidos de la fase inaugural.
El propio Xi Jinping quiso impulsar el fútbol y ordenó desarrollar programas de formación de base, contratando numerosos técnicos extranjeros, incluyendo argentinos. Nunca funcionó. Dentro de la misma programación, llegaron a firmar un acuerdo con el Real Madrid para instalar una escuela de fútbol para 10 mil alumnos y construir un estadio para 80 mil personas. Todo quedó en proyectos.
Un reportaje del año pasado en El Mundo (Barcelona) reflejaba: “China despierta del sueño del fútbol. Lejos quedan ya aquellos años dorados en los que el Gobierno de Xi Jinping regó con miles de millones de euros al fútbol chino, con inversiones en infraestructuras, clubes y deporte base. Fuera de las fronteras del gigante asiático, los inversores del país también se lanzaron a comprar clubes europeos. Una década después, el proyecto se ha desvanecido, las inversiones en el extranjero se han detenido y la Superliga China, antaño potencia en la región asiática, ha quedado sepultada por la ruina económica”.
“El gobierno de Xi Jinping vio en el deporte una herramienta de geopolítica para posicionarse como una nación moderna”, explicaba Emilio Hernández, coordinador del Centro de Estudios de Asia en la Universidad de Valladolid, quien aseguró que “Xi Jinping trazó un plan deportivo con tres aristas: primero, participar en un Mundial; posteriormente, acoger uno; y después ganarlo, con plazo hasta 2050”.
La crisis deportiva y económica en el fútbol chino también estuvo sacudida por escándalos de corrupción y arreglo de partidos, que llevaron a más de un centenar de condenas y detenciones. Uno de los casos de renombre fue el de la estrella Li Tie, que entrenó a la selección china entre 2020 y 2021. Fue sentenciado en diciembre a 20 años de cárcel por haber aceptado sobornos entre 2015 y 2019, cuando trabajaba para clubes de fútbol locales. El expresidente de la Asociación China de Fútbol (ACF), Chen Xuyuan, fue condenado a cadena perpetua por aceptar algo más de 11 millones de euros en sobornos entre 2010 y 2023, según la agencia Xinhua.