La devaluación: una montaña de costos fuertes y ningún beneficio

Todo ocurrió a una velocidad inusitada, aunque la devaluación del 22% que decidió el Gobierno y puso el tipo de cambio oficial en 350 pesos venía bastante anunciada y para nada se pareció a un shock. Eso sí, existían y existen un par de datos fuertes que alimentan incertidumbres y desconfianzas parejas y explican varios efectos de la movida: la archi probada incapacidad del kirchnerismo para manejar la economía y el triunfo, cargado de significados e incógnitas, de Javier Milei en las PASO.

Con ese telón de fondo, los dólares paralelos se dispararon hacia alturas récord encabezados por el viejo y popular blue; las remarcaciones escalaron al 20, 25, hasta al 30% desde alimentos, insumos para la salud a materiales para construcción; comenzaron a desaparecer productos de las góndolas y a aparecer, en su lugar, insólitas cacerolas que tapaban los agujeros.

Encima y a improvisación pura, en el Ministerio de Economía arrancaron con un cierre de las exportaciones de carne tan fugaz que apenas duró 15 minutos.

Ya instalado en los 700 pesos largos, el blue ha subido un 21% contra el viernes previo a la devaluación, casi en línea con el 23% que marcó el contado con liquidación, que lleva patente de legal. Por si no se advirtió, 21 y 23% en sólo cinco días orillan o superan el ajuste del 22% del dólar oficial que esperó años antes de salir a escena.

La inflación se dispara

Así, con todo incluido, las subas del 8-9% que un buen lote de consultoras había calculado para los índices de precios de agosto y septiembre se corrieron al 12 y al 14%, respectivamente. Y el registro anual que proyectaban en torno del sin dudas considerable 140% saltó al 155% o al 170% en el extremo. En julio, la estadística del INDEC había plantado de partida un bien concreto 113%.

Pero entre tantos números mezclados hay al menos dos que sobresalen: hablan de un acumulado del 20 al 25% para el bimestre agosto-septiembre y cantan, de seguido, que un mes antes de las presidenciales la inflación se habría comido limpita a la devaluación. O, lo que es lo mismo, que se volvería al punto de partida después armar un enorme y costoso zafarrancho.

“Es el precio que se paga y nos hacen pagar por devaluar sin plan”, diría cualquier analista.

En realidad, la actual versión del kirchnerismo llegó al gobierno sin plan y dejará el gobierno también sin plan, lo cual en ningún caso habría garantizado un buen plan.

Detrás del ajuste cambiario asoma clarita la mano del Fondo Monetario y otro tanto sucede con el saque que, el mismo lunes de la devaluación, el Banco Central le pegó a la llamada tasa de interés de referencia. Esa variable que funciona como un piso para el mercado fue levantada al 118% nominal anual, equivalente al 209% efectivo anual. Carísima, pero acomodada al ritmo que corre la inflación.

Ajuste clásico, estilo FMI nuevamente, una de las explicaciones oficiales para esa movida disociada por completo de las inversiones productivas es que se busca “anclar las expectativas cambiarias” y minimizar “el traslado a precios” de la devaluación. Está claro que nada de eso que se pretende pasa o, mejor dicho, que pasa todo lo contrario: pasa, entre otras cosas, que se han calentado los motores de la especulación financiera.

El viernes previo al movimiento del dólar oficial, la brecha con los dólares alternativos oscilaba en las cercanías del mismo 100% que venía fogoneando maniobras de importación y exportación orientadas hacían un objetivo común: quedarse con divisas que de un modo u otro pertenecían al Banco Central. Golpeaban sobre un flanco ya muy golpeado.

Bajo el supuesto de que una suba del tipo de cambio oficial achicaría la diferencia y pondría en jaque a la maniobra, Sergio Massa consideró que había llegado el momento de gatillar la decisión del 22% y, en el mismo acto, cumplir con el Fondo Monetario. Evidentemente, no fue ni el momento más propicio ni una medida bien calibrada, como se comprobó a los pocos días, cuando la brecha con el blue anotó 110% y 112% la que toca al contado con liquidación.

Nada por ahí, o sea, sobre el objetivo al que apuntó el Gobierno y mucho por el lado del golpe inflacionario, que si llega al 155% anual superará en 42 puntos porcentuales al 113% que marcó el índice de julio. Y peor, si se da el 170% que también barajan algunos especialistas la diferencia trepará a 57 puntos.

Lo que sigue y acompaña a semejantes indicadores es un deterioro del cuadro socioeconómico aún mayor al que ya existe.

Un dato de la consultora LCG dice que cada 10 puntos porcentuales que aumenta el costo de la canasta básica arrastra 1,5 millones de nuevos pobres. Según la última estadística del INDEC, notoriamente desactualizada a la luz de lo que ahora mismo pasa, en el segundo semestre de 2022 había 11,5 millones pobres y de ellos, 5,7 millones habitaban en el conurbano bonaerense.

Estamos hablando de casi el 40% de la población del país y del 45% de los bonaerenses. El 27 de septiembre, cuando se conozcan los números del primer semestre de 2022 y la campaña hacia las presidenciales del 22 de octubre luzca recalentada, estaremos hablando de mucha más gente y de un costo político para el Gobierno puesto en cifras.

Hay más y de la misma especie para este boletín.

Es el caso del aumento de las tarifas de la electricidad que, sin mayores precisiones, acaba de anunciar la secretaria de Energía, Flavia Royón. Lo llamó “actualización”, parecido a eso de “actualizar las tarifas de energía” que figura en un documento del FMI que relata el estado en que se encuentran las negociaciones con el gobierno argentino.

Torniquete fiscal nuevamente, el objetivo final de la medida es darle otro guadañazo a los subsidios energéticos. Informes basados en fuentes oficiales revelan que el monto de esa cuenta bajó un 22,9% real entre enero y julio pasados o, si se prefiere hablar en plata, sufrió un recorte de 440.4000 millones de pesos.

La parte del ajuste que en el mismo período le tocó a las jubilaciones y pensiones dice 241.000 millones y sale de la pérdida de ingresos provocada por la inflación desatada, o sea, por la gran licuadora del gasto público que en este tiempo funciona a pleno.

“Voy a estar de tu lado en la puja por el salario, en la recuperación de tu crédito”, ha prometido el ministro Massa claramente en papel de candidato a Presidente.

A propósito del estado de los sueldos y de información que no le vendría mal conocer, consultoras especializadas marcan una caída real acumulada que en los últimos seis años promedia el 33%. Y por la parte que le toca al gobierno que integra Massa, el estudio señala, para los últimos cuatro años, un 16% también real, descontada la inflación.

El caso más duro de este cuadro ya bastante duro por cierto es el de los asalariados informales, que no tienen paritarias, ni coberturas laborales ni servicios de salud y, en fin, que orbitan en los márgenes del sistema.

El informe dice que entre ellos la pérdida de ingresos de los últimos seis años alcanza un impresionante 52%, esto es, la mitad o más de la mitad de sus salarios. Desde diciembre de 2019, la cuenta dice 33% o redondamente la tercera parte de sus ingresos.

Vale una aclaración, en este punto: el cuadro de situación no computa los coletazos inflacionarios de las últimas medidas del Gobierno.

Y si la cuestión vuelve a ser el ajuste cambiario, el saldo a la vista no resulta precisamente favorable a Massa ni a quienes bajo un exótico formato encabezan el Gobierno, Alberto Fernández y Cristina Kirchner. Dicho crudamente: la devaluación implica una montaña de costos sociales fuertes en un momento ya crítico, a cambio de ningún beneficio.

Alguien hablará del beneficio que significan los US$ 7.500 millones que liberará el FMI y de los US$10.000 millones que saldrían de la ampliación del swap chino, justo cuando las reservas del Banco Central enfrentan un rojo calculado en US$ 9.700 millones.

Claro que si hablamos de ese beneficio también hablamos de deudas y de deudas con tasas en dólares que son cualquier cosa menos una ganga: un 8,07% en el caso del Fondo y el 8,5% en el del amigo chino.

Y que dice Massa de todo esto: “Vamos a compensar el daño que nos impuso el Fondo”.

Nada de su propia responsabilidad, por supuesto.

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