Las callecitas de Marsella tienen esa estrechez que… qué sé yo: los taxis las usan a toda velocidad y los monopatines eléctricos son una plaga que hasta los que manejan Uber consignan como enemigos. Llegar al hotel en que se hospedan Los Pumas es imposible si uno se deja llevar por el rojo que pinta las calles del Google Maps. En el Mercure Marseille, además, hay una congregación de argentinos que viven en Francia o llegaron desde la Argentina para ver a la selección en el Mundial.
Son muchos, más de los que esperaba la Policía y llegan más vallas. Todo bajo control, hay familia, banderas, camisetas de distintas épocas de las selecciones de fútbol y rugby. Pero es un banderazo tímido, como si algo le faltara.
De pronto, se escucha lo que desencadena el fervor necesario para que un banderazo sea tal cosa. En Francia hay un bombo y no es el de Tula. Lo bate Manolo, lógicamente no es el recordado competidor del parche europeo, y contagia al público. Los Pumas llegaron del Captain run y tuvieron el mejor recibimiento después de tanto tiempo en soledad: un mes concentrados en Faro, Portugal, y desde comienzo de mes en La Baule, una zona balnearia que por esta época recibe contingentes de jubilados. En el Hotel Mercure, se construye un banderazo.
Banderazo frente al hotel Mercure donde se hospedan los Pumas en Marsella. Fotos Emmanuel FernándezHay unos pibes jugando al fútbol en la esquina. Pero de a poco le dejan de prestar atención a la pelota y se dejan llevar por la cadencia. Se divierten saltando gritando “Ar-gen-ti-na, Ar-gen-tina” y los ingleses que toman un copetín en el bar de enfrente, apuran el trago y pagan. Sabia decisión, en un abrir y cerrar de ojos ya hay más argentinos frente al hotel, que británicos en las mesas.
El bombo contagia y empiezan los cantitos. En cada golpe, el que toca el bombo se abre paso y queda en el centro de la escena, es el que le marca el ritmo a unas 200 personas que todavía no salen del cancionero tradicional con un “vamos, vamos, a ganar” que cantan todos. Y ahí llega la voz de mando para romper la monotonía: “Muchaaaaachos, ahora nos volvemos a ilusionar”, suelta en santiagueño clásico, Franco Rabello inspirado como si fuese la marcha de los bombos de julio, en su provincia. Al lado, Jorge Agüero, tucumano de nacimiento pero santiagueño por costumbre, no deja que caiga el clima y la cosa ya está armada.
Banderazo frente al hotel Mercure donde se hospedan los Pumas en Marsella. Fotos Emmanuel FernándezEl bombo suena y está acompañado por unos platillos, acompaña a la perfección un improvisado pedido para que los jugadores se asomen. Y algunos lo hacen: se acercan a un ventanal del primer piso y buscaban en ese calor caras conocidas. No había, en la calle no estaba la familia de los jugadores sino el hincha anónimo que se acerca para reencontrarse con su patria -aquellos que viven aquí- o para mostrarse cerca de quienes lo movilizan, los que llegaron de Argentina para verlos.
El bombo que suena tiene historia. No es la primera vez que suena por un deporte: estuvo en el mismo estadio, aunque sin el techo actual, en 1998 cuando la selección argentina cayó ante Holanda -entonces, así se llamaba- por 2 a 1. ¿Pero quien es el Manolo que lo toca? Argentino, con ocho años en Marsella y más en Francia. Es músico, no se dedica a la percusión. Lo suyo es el bandoneón y es el sobrino del Tata Cedrón, que perseguido por la Triple A, se redicó en Francia. El bombo de Los Pumas, tiene linaje tanguero.
Banderazo frente al hotel Mercure donde se hospedan los Pumas en Marsella. Fotos Emmanuel Fernández“No tengo entradas, pero voy a la esquina del estadio. Y voy a ir con otro bombo, no con este porque en el 98 no nos fue bien”, le detalla a Clarín Manolo Cedrón. Tiene ganas de ir a ver el partido ante Inglaterra, pero no quiere comprar en la reventa. “Igual, si no me aseguran que puedo entrar con el bombo, no entro”, avisa.
Los Pumas ya saludaron por el balcón, la gente sigue alentado y hasta se suman escoceses con su vestimenta típica e indisimulable. “Muchachos, si siguen con el banderazo los muchachos no van a poder dormir, necesitan descansar para el partido”, le sugiere a Manolo una persona que lleva la indumentaria oficial de la selección. Es verdad, razona el grupo que lo rodea, y lanzan una convocatoria: el banderazo es en la esquina del estadio “bien temprano, para que los ingleses se busquen otro lugar”.