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24 noviembre, 2024

Adiós a Juan Carlos Harriott, el jugador más ganador de la historia del polo

Si el polo de nuestro tiempo, y de los últimos, estuvo marcado por un nombre indiscutido (Adolfo Cambiaso) y por la explosión del superprofesionalismo y su internacionalización, el que se vislumbró durante las décadas del 60 y del 70 principalmente tuvo otro nombre excluyente: Juan Carlos Harriott, símbolo de la formación estelar de Coronel Suárez con su hermano menor Alfredo y los hermanos Horacio y Alberto Pedro Heguy. Fue el dueño de un récord formidable con sus veinte conquistas en el Campeonato Argentino Abierto de Palermo, algo así como el Wimbledon del polo. Y, para muchos, el más grande jugador de todos los tiempos. Un hombre que no sólo se destacó por sus virtudes deportivas sino por su personalidad, su sencillez y su aura de auténtico campeón. Una leyenda que falleció ayer a los 86 años.

También había acaparado 15 títulos del Abierto de Hurlingham y 7 de Los Indios-Tortugas. En cuatro oportunidades se llevó la llamada Triple Corona: 1972, 1974, 1975 y 1977. Y su diez de hándicap se mantuvo inalterable por casi dos décadas, entre 1961 y 1980, cuando se despidió de las competiciones.

En cinco oportunidades el Círculo de Periodistas Deportivos le concedió el Olimpia de Plata en su deporte. En 1976, en un marco muy competitivo en el pujaban sus propios compañeros hasta los clásicos rivales de Santa Ana, llegó aún más allá: el Olimpia de Oro, algo que recién volvería con Cambiaso para el polo argentino. Aquellos duelos con Santa Ana constituyeron el segundo y excepcional ciclo de los grandes clásicos que habían surgido anteriormente con El Trébol-Venado Tuerto.

Harriott se había iniciado en este deporte guiado por su padre, del mismo hombre, con quien obtuvo en 7 oportunidades el título de Palermo.

Si los referentes del deporte argentino de los 60 eran De Vicenzo y Demiddi, y posteriormente lo fueron Vilas, Reutemann, Locche o Monzón, junto a los grandes futbolistas, Harriott hijo integraba aquella misma jerarquía.

Adolfo Cambiaso despidió a Harriott.Adolfo Cambiaso despidió a Harriott.Después de arrancar en una formación con su padre, Daniel González y Horacio Heguy, la cuarteta de los hermanos Harriott y los Heguy colocó nuevamente en lo más alto a Coronel Suárez: permanecieron juntos durante 14 temporadas (1967-1979), hasta que la Copa de las Américas del 80 marcó la despedida.

Las canchas se colmaron en oportunidad de los grandes encuentros de aquel cuarteto frente a la oposición que planteaba Santa Ana, con los hermanos Dorignac. Durante 17 años se enfrentaron Coronel Suárez y Santa Ana para resolver el Abierto de Polo y en 14 de esos choques el triunfo fue para los de Harriott (el más amplio fue 20-6 en 1976), mientras que Santa Ana consiguió los títulos de 1971, 1973 y 1982, aquí retirados Juan Carlos hijo y Horacio Heguy.

“Fue una rivalidad que nos potenció”, declaró alguna vez. Pero como sucede con otros auténticos grandes de distintas disciplinas, la noche inmediata los convocaba en una misma reunión, en una misma cena, en familia. Y el propio Juan Carlos aceptó alguna vez integrar la formación de Santa Ana para juegos de exhibición en otros países.

Juancarlitos, como le decían para diferenciarlo de su padre, ocupó hasta los 80 el lugar que hace dos décadas ocupa Adolfo Cambiaso.Juancarlitos, como le decían para diferenciarlo de su padre, ocupó hasta los 80 el lugar que hace dos décadas ocupa Adolfo Cambiaso.Recibió múltiples homenajes en los últimos tiempos a pesar de que, por su sencillez y su modestia, trataba de rehuirles. En 2015 se reunió junto a otros nombres que también habían alcanzado el preciado 10 de hándicap: Cambiaso, Alfredo Harriott, Stirling, Miguel Novillo Astrada y Alberto y Eduardo Heguy.

Cumpliendo el mandato familiar, completó sus estudios universitarios y se recibió de abogado. Y también trabajó el campo. Se había casado con Susan Cavanagh, la hija de otro grande de su deporte, Roberto Cavanagh, integrante del cuarteto que obtuvo el oro olímpico en Berlín 1936). Susan falleció cuando estaban por cumplir medio siglo de matrimonio. Tuvieron dos hijas: Marina y Lucrecia.

Además de sus títulos nacionales, Harriot obtuvo la Copa de las Américas en 1966, 1969, 1979 y 1980. Aquella cosecha alcanzó a las 50 conquistas, algunas de ellas internacionales, como la Copa de Oro en los campos de Sotogrande, España. En 2015 fue incluido en el Salón de la Fama y ya disfrutaba de su merecido Konex.

Sobre la despedida llevando la camiseta argentina, señaló: “No fue duro. Ya me costaba ir y venir a Buenos Aires y quería dedicarme a mi familia y al trabajo. No sentí melancolía, aunque seguí jugando torneos locales. Ya la alta competencia no era para mí”.

Y sobre los fundamentos de su deporte, sostuvo: “Para mí era muy importante el amor propio. Cuando andás bien, pegás fenómeno y te funcionan los caballos. Es todo lindo. Pero hay días en los que no salen las cosas. Y ahí es donde tiene más importancia el amor propio”.

Los expertos en polo lo destacaban en su condición de número 3 por su intuición, su poder de anticipación y su velocidad para llegar a las posiciones contrarias.

En su campo en La Felisa, a 15 kilómetros de Coronel Suárez y a 600 de Buenos Aires, trabajaba desde muy temprano. Allí era un auténtico ídolo, con estatua incluida desde febrero de 2017. “No me la esperaba: fue demasiado para mí”, contó.

Harriott con Amilcar Brusa, en una fiesta de Clarín Harriott con Amilcar Brusa, en una fiesta de Clarín Estuvo atento a la evolución de su deporte. Seguía por TV el tenis, golf y algo de boxeo: el Zurdo Lausse había sido uno de sus ídolos deportivos, a quien iba a ver al Luna Park.

Nunca dejó de evocar sus clásicos: “Santa Ana llegó a ser lo que fue gracias a Coronel Suárez. Y Suárez fue lo que fue gracias a Santa Ana. Tuvimos la suerte de ganar más veces que ellos, pero tratabas de mejorar todo el año en caballos pensando en Santa Ana. Y ellos hacían lo mismo. Fue una rivalidad que nos potenció”.

Admirado por todos en cada presentación, Juan Carlos Harriott, nacido el 26 de octubre de 1936, ha dejado una huella imborrable. En el polo argentino. Y en todo el deporte.

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