No hay caso con las estadísticas del INDEC: siguen empecinadas en mostrar que la economía no arranca o, si se prefiere, que no termina de arrancar. Las últimas disponibles, de estos días, cuentan que en el segundo trimestre de este año el PBI retrocedió 1,7%, después de caer 5,2% en el primero. Y que así desde enero acumuló un rojo del 3,4% contra el mismo período de 2024.
Fuera de cualquier debate sobre si verdaderamente la economía ya tocó piso, la estadística advierte un bajón muy fuerte en tres sectores que juntos representan el 28,4% del PBI y que, por separado, marcan caídas del 17,4% en la industria manufacturera; del 22,2% para la construcción y 15,7% en el comercio mayorista y minorista. Notables, aunque demasiado comunes aquí.
Para el grupo que integran agricultura, ganadería y pesca el INDEC dice 81,2% y un crecimiento que impresiona, solo que el aporte al PBI apenas llega al 11,5%.
Nada casual, visto el cuadro general, la desocupación se ha instalado en el 7% largo y los ocupados que demandan empleo ya alcanzan al 16% de la población económicamente activa. En el Conurbano bonaerense las cifras oficiales anotan 2,8 millones de personas con problemas laborales serios, de las cuales 657.000, que significan más de la mitad de los trabajadores del país, han quedado afuera del mapa hasta nuevo aviso.
Está claro, ya, que esta historia viene de números y que seguirá con números, por si hace falta aclararlo. Aún así, vale insistir con los datos, que aunque fatiguen tienen la virtud de reflejar la realidad mejor que algunos relatos y que unos cuantos relatores.
La protagonista central, definida nuevamente a través de las cifras del INDEC, es una economía que pasa más tiempo a los tumbos que moviéndose coordinadamente y que, en ese estado, desparrama distorsiones y coletazos sociales por todas partes.
Un rastreo de las estadísticas oficiales revela que, a precios constantes de 2004, el PBI del segundo trimestre de 2015 poco menos que iguala al del mismo período del presente 2024. Sólo para empezar a hablar, aquí tenemos 13 años perdidos o, si se quiere, 13 años de retroceso en un mundo que obviamente siguió su ruta, sin detenerse ni aguardar a nadie.
En la misma línea, un informe reciente de la consultora Abeceb alude a un parate que ocurrió entre comienzos de 2011 y comienzos de 2024 cuando, remacha, “la Argentina tuvo el peor desempeño en términos de PBI de la región (excluida Venezuela).
Con cinco recesiones adentro y ninguna política que las enfrentara eficazmente, la conclusión de Abeceb es que durante esos trece años el país resignó el equivalente a 5 puntos del PBI directos, sea porque dejó de crecer, porque retrocedió o por ambas cosas a la vez.
Puestos en plata, 5 puntos del Producto Bruto significan alrededor de 31.500 millones de dólares, o sea, cinco veces en positivo las reservas netas que el Banco Central tiene con signo negativo.
Viene cantado que una economía que anda de tumbo en tumbo difícilmente sea un imán para las inversiones. Y tanto no lo es ni lo ha sido aquí que, según el INDEC, los registros de 2015 superan y superan por mucho a los de 2024; más cercano, el segundo trimestre de este año plantea caída del 29,4% contra el de 2023.
Este panorama es el que el Gobierno se propone dar vuelta, con un amplísimo paquete de beneficios fiscales, cambiarios y financieros y la promesa de déficit cero o superávit a toda costa. A toda costa se llaman la motosierra de Javier Milei y un ajuste del gasto público que no anda con vueltas y se vale del poder político sin vueltas.
Un caso emblemático por su rigor inflexible es el de las jubilaciones. Los números de enero-agosto calculados por la Oficina de Presupuesto del Congreso cuentan que el poder de compra promedio de las jubilaciones ha bajado un 26,6% real, o sea, descontada la inflación. A la mínima le tocó un 16,7% con bono congelado incluido.
En el reino de las transferencias a las provincias para gastos corrientes manejadas según la regla del déficit cero, las cuentas fiscales de enero-agosto marcan una caída del 82,8% que es bastante parecida a decir cero. Lo mismo vale para saque del 78,6% que hubo para los fondos destinados a financiar inversiones provinciales en infraestructura.
Hay algo aquí bien del modo kirchnerista de manejar la caja, aunque no se sabe si en el modo mileista también entra el toma y daca o, si se prefiere, el favor contra favor que Néstor y Cristina aplicaban para los fines más diversos.
Codito seguro que hay, si uno se guía por el golpe del 79,9% que sacudió a la inversión real directa destinada a obras públicas nacionales. Codito, ortodoxia al mango o inversión de otras fuentes, eso pasa en un país que pena por una infraestructura económica que atrasa, insuficiente y algún punto riesgosa.
Si se emplea un modelo útil para las comparaciones y, de hecho, para saber dónde está parado cada cual, en la Argentina tenemos que medida en relación al PBI la inversión pública apenas pasa el umbral del 1%, tan mínimo que queda lejos del 3,9% de América latina y lejísimo del 6,1% de los países de Asia Sudoriental.
La misma vara dice 15,6% del PBI para la inversión total (pública y privada) contra el 26% que se considera un buen número para una economía en crecimiento y competitiva.
Hasta ahora la inversión pública viene como manda la dieta fiscal y la privada-dolarizada muy difundida aparecería de verdad hacia el segundo semestre de 2025, según economistas que asesoran a grupos multinacionales. Mientras tanto, en el espejo retrovisor siguen apareciendo datos y recuerdos de 2011 y de 2015.