7 junio, 2025

Hoy el cine tiene poco lugar

En un país donde la cultura parece haberse vuelto un lujo prescindible, Tomás Lipgot, cineasta de trayectoria reconocida, enfrenta una crisis inédita: se queda sin trabajo.Entonces, se reinventa como conductor de una aplicación de viajes. Sin embargo, lo que podría haber sido una pausa forzosa en su carrera deviene otra película: Lipgot convierte su auto en un set de rodaje, con cámaras y micrófonos ocultos, transformando cada trayecto en una escena y cada pasajero en un potencial personaje. Lipgot: “Yo venía resistiéndome a hacer ese trabajo como conductor, me costaba asumirlo. Al quedarme sin trabajo me di cuenta de que no sé hacer muchas cosas más que documentales, y tampoco me imaginaba teniendo un jefe o metido en una oficina. Entonces, pensar que podía transformar esa experiencia en una película le dio un sentido distinto a todo, y eso me permitió abordarlo con otra actitud”.

—¿En qué momento sentiste que ese trabajo forzado por la necesidad podía convertirse en una película, y cómo fue el proceso de decidir filmarlo?

—Fue muy puntual: un amigo me sugirió filmar un documental. Yo no quería asumir ese trabajo como conductor, pero me di cuenta de que no sé hacer muchas otras cosas. Pensar que podía transformarlo en una película me permitió abordarlo con otra actitud. Me atrajo la idea de dejarse llevar por los estímulos del entorno, sin rumbo fijo. Coincidía con mi estado emocional, en plena deriva personal. Usar esa lógica como estructura narrativa me ayudó a soltar el control y descubrir cosas que de otra forma no habría visto. Quise mostrar una Buenos Aires que no está en las postales. Los lugares surgen del azar y del vagar. Eso permite ver tensiones sociales y momentos de belleza inesperada, lejos de la lógica capitalista de la ciudad planificada.

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—Pasaste de dirigir detrás de cámara a estar expuesto como protagonista. ¿Cómo fue esa transición?

—No es la primera vez que lo hago. Ya en Moacir y yo me mostré bastante. Lo íntimo no tiene supremacía sobre lo narrativo: aparezco porque la historia lo necesita.

—La película habla de la precarización de la cultura y de la resistencia íntima. ¿Qué rol tiene hoy el cine frente a este contexto político?

—Hoy el cine tiene poco lugar. No hay pantallas, ni políticas públicas de apoyo. En mi caso, filmar es más una necesidad vital que una estrategia. Pero para que el cine tenga presencia social necesita ser un hecho colectivo, con circulación y pantallas. Estamos recalculando. No usé cámaras ocultas, estaban a la vista aunque casi nadie las notó. Todos firmaron consentimiento. La deriva coincidió con mi propio estado de desorientación. Fue un rodaje más intuitivo que racional. Me dio libertad y resigné calidad técnica, pero eso no lo viví como pérdida. Extrañé, eso sí, la aventura colectiva de rodar en equipo.

—La aparición de Yacki Lazzari y el Cementerio de la Chacarita le dan otra dimensión a la película. ¿Cómo surgió ese encuentro?

—Fue una de las grandes sorpresas. Su forma de estar en el mundo trajo poesía y juego al relato. Ella habita el cementerio como un espacio sagrado. Eso me enseñó a resignificar un lugar que para mí solo significaba muerte.

—Momentos con tu hija y Félix Croquetas aportan una luz afectiva. ¿Cómo influyó eso en el equilibrio de la película?

—Fue esencial. Yo tiendo al fatalismo y Sofi con su gatito me equilibran. Esos momentos surgieron espontáneamente y decidí incluirlos porque aportan ternura y belleza en medio del derrumbe.

La resistencia del andar

J.M.D.

Tomás Lipgot retrata en su película el pulso de una ciudad que se transforma a través de la deriva. Con Buenos Aires como escenario y también como personaje, la cámara recorre lugares inesperados: callejones, veredas y rincones sin glamour que, sin embargo, destilan vida. “Los lugares que aparecen no estaban en el guión”, dice Lipgot. “Surgieron de la experiencia misma, del azar, de lo que se fue dando”.

En este nuevo proyecto, Tomás Lipgot descubre que el documental puede ser una herramienta para resistir en tiempos difíciles. Mientras maneja por Buenos Aires, la ciudad se convierte en un escenario cambiante que lo enfrenta a distintas realidades sociales.“Nunca imaginé que mi auto podía ser un espacio cinematográfico”, reflexiona. Esa sorpresa se transforma en motor narrativo: la cámara se adapta al entorno, y cada pasajero aporta algo distinto, desde anécdotas hasta silencios reveladores.

Lipgot cuenta que la deriva no es solo un método estético sino una forma de vida en un país en crisis: “En cada viaje, la ruta no estaba planificada. Yo me subía y dejaba que el azar guiara el recorrido”. Esa entrega al imprevisto le permitió abrirse a experiencias nuevas y, a la vez, confrontar sus propias incertidumbres. “El documental me ayudó a no sentirme completamente a la deriva”, confiesa. Así, el viaje se vuelve también un refugio: una manera de darle sentido a lo que parecía no tenerlo.

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