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24 noviembre, 2024

Diario de viaje, día 9: una ciudad medieval amurallada en el camino, un viaje en el tiempo inevitable

La sorpresa a lo desconocido es mayúscula. Darse una vueltita por los alrededores de La Baule puede significar un viaje al medioevo. No es un decir. A unos 15 kilómetros de bordeando la costanera primero y por unos senderos después aparece a lo lejos lo que parece ser una muralla de la época de los castillos. De cerca no parece, es. O son, porque se las conoce como las murallas de Guérande. En el siglo XIV la ciudad cabía ahí dentro.

Hoy, la ciudad está afuera y allí dentro queda la marca del modo en que se vivía siglos atrás. No quedaron casas, todas se reconvirtieron en locales comerciales por lo que lo que alguna vez fue una ciudad del país de Loira, hoy es un shopping a cielo abierto y en el que se podría filmar El señor de los anillos.

El lugar fue declarado monumento histórico en tres ocasiones, cada una por un aspecto distintos. La primera vez fue en 1877, y las murallas se llevaron la atención. En 1889 sus pórticos tuvieron el mérito suficiente para extender el nombramiento y desde 1943, sus paseos internos lo completaron.

Así eran las ciudades, contenidas por un fuerte. Lo fueron también en Buenos Aires en la época de la colonia, aunque sin esta arquitectónica que deja al visitante literalmente inmerso en una experiencia medieval. Esta es una de las pocas ciudades que conservó sus murallas íntegramente.

Una de los pórticos de la ciudad fortificada de la Edad Media. Fotos Emmanuel Fernández/ Enviado especial - Una de los pórticos de la ciudad fortificada de la Edad Media. Fotos Emmanuel Fernández/ Enviado especial – Hay 10 torres, cuatro puertas -dos de ellas flanqueadas por torres- y fosos, originalmente secos y luego rellenados: allí tiraban los desechos cada uno de los habitantes de Guérande y la pestilencia invadia a propios y vecinos lejanos. Ahora todo luce limpio, claro.

Para completar el circo, hubiese estado bien pensado guardias dentro de armaduras y algunos extras con vestidos de la época, pero la realidad es que el lugar no pretende evocar nada, sino incorporarlo al día a día. Los vecinos lo cruzan para ir de un punto a otro de la ciudad y en ciertas callecitas está permitido el ingreso con vehículos. ¿La realidad? Es impactante, pero después de un rato es como caminar por la Ciudad de los niños.

Hay locales de ropa, restoranes y bares, se pueden conseguir regalos típicos, hay alguno de artesanías que recrea adornos del medioevo y a falta de una, dos iglesias. Después de la revolución francesa, el lugar tuvo un periodo de uso como calabozo. En la actualidad se trata de preservar, más que de recuperar: el costo de restauración de la muralla es de 2.000 euros por cada metro lineal y el perímetro suma varios kilómetros.

Una de las dos iglesias dentro del fuerte de Guérande. Fotos Emmanuel Fernández/ Enviado especial - Una de las dos iglesias dentro del fuerte de Guérande. Fotos Emmanuel Fernández/ Enviado especial –

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