Faltan apenas unos metros para cruzar la meta y a Eugenia Bosco y a Mateo Majdalani una sensación desconocida los atraviesa en el medio del mar Mediterráneo, en la costa de la ciudad de Marsella. Ocho largos años se prepararon para este momento, el desenlace de los Juegos Olímpicos, que inevitablemente sucederá. Lo que están experimentando no se parece a nada de lo que ya vivieron en el agua, en la tierra o en el aire. Mira para adelante Eugenia, habla de cosas del bote. Sabe que no tiene sentido lo que dice, aunque esa es su manera de transitar el pequeño camino a la gloria. Dirá después que el cuerpo le temblaba como nunca antes. Mateo opta por no contactarse visualmente con su compañera. Quiere gritar y se reprime. Contará luego que, como buen argentino cabulero, los porotos se cuentan de a uno y cuando están en la canasta.
Así, ambos esperan esos segundos hasta que las almas se les desploman al cruzar la línea final. Los cuerpos están ahí, firmes, erguidos, buscando a los familiares para la celebración, pero una descarga de energía positiva los vence por dentro. El placer de conseguir lo soñado, la relajación. Mateo Majdalani y Eugenia Bosco han terminado la medal race de la categoría Nacra 17 en el séptimo puesto, aunque adelante de los atletas de Gran Bretaña y Nueva Zelanda, por lo que se colgaron la medalla de plata de los Juegos Olímpicos de París. “Ahora queremos dormir tres días seguidos”, dicen a coro.
La emoción también ocurre en la costa del Nautique du Roucas Blanc. El equipo argentino de yachting mira la última de las regatas desde un televisor. Tienen un invitado de lujo: Santiago Lange. La posibilidad de la medalla es una certeza desde la descalificación del bote británico, ni bien inició la medal race. Lo que resta es solamente culminar la carrera por delante de Nueva Zelanda o inmediatamente atrás.
“No se escapa”, dice Lange mirando al grupo y revoleando la mano derecha. Faltan segundos. La palabra de la leyenda del agua funciona como una revelación: Martín Mangiaterra, uno de los kinesiólogos, se quiebra en llanto. No quiere siquiera que lo abracen: se sienta y llora en soledad. A su lado, de pie y envuelto en una bandera argentina, Daniel Clavel, el otro de los kinesiólogos, regala una postal que será inolvidable para quienes la presenciaron: un chorro literal de agua la cae desde su ojo izquierdo escapando de las gafas solares. Más atrás, el resto de la delegación y las autoridades del ENARD chocan sus manos, gritan. La medalla de plata es una realidad.
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Llega el bote a la costa y a Majdalani y a Bosco los esperan todos dentro del agua. Se salta y se canta. Aparecen las parejas de Mateo y Eugenia, los compañeros en las buenas y en las malas. La emoción se transmite. Los italianos Ruggero Titta y Caterina Marina Banti, los ganadores del oro, no pueden creer lo que están viendo: el festejo de la medalla de plata es mucho más ruidoso que el de la dorada. “La pasión de los argentinos es así”, dice Lange. Y suena lo que tiene que sonar: “Soy argentino/es un sentimiento/no puedo parar”.
“Puede ser que haya algo de nervios, especialmente porque no estamos acostumbrados a tanta exposición. Pero al final, somos nosotros dos arriba del barco”, le dijo Bosco a Clarín el día anterior a la consagración en Marsella. Medalla sí o medalla no era la cuestión. Y tenía bastante de verdad aquello que contó la atleta: Mateo Majdalani y Eugenio Bosco empujaron en conjunto su barco -ese que no tiene cabos verdes por cábala y que contiene las piedras energéticas que les regaló la mujer de Mateo- para meterse en el mar y navegar por lo que tanto lucharon los últimos en cuatro años: subirse al podio en sus primeros Juegos.
Había esperanza de medalla en el equipo. Y profunda concentración. Un dato particular: Mateo y Eugenia no quisieron la visita de familiares el día previo. “Estaban muy enfocados”, contaron sus allegados. “Apenas aceptaron algunas llamadas y mensajes”, ampliaron. “No se pueden dar una idea el esfuerzo que fue llegar acá. Es imposible de mensurar. Los dos merecen que le pasen cosas buenas”, confesó Diego, la pareja de Eugenia.
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Los argentinos cumplieron en la Medal Race y se llenaron de gloria. Es la segunda presea de la delegación argentina.
Majdalani y Bosco llegaron hace cuatro meses a Marsella para recorrer una y otra vez las cuatro canchas del Nautique du Roucas Blanc. Optaron por alejarse del ruido de esta ciudad caótica, repleta de grafitis y un tanto mugrienta, y se trasladaron al Archipiélago de la Isla del Frioul, unos kilómetros enfrente. Desde ahí trabajaron mañana, día y noche con su entrenador Javier Conte, medalla de bronce en Sidney 2000 en clase 470. Y lograron el objetivo.
No pueden contener la sonrisa Mateo Majdalani y Eugenia Bosco. Caminan por la zona mixta como en estado de trance. Son cordiales y contestan con dedicación cada una de las preguntas. Miran a los ojos, también. Pero la mente y el cuerpo lo tienen en otro lado, en una imagen para la eternidad: la medalla de plata de los Juegos Olímpicos de París 2024.