Nunca desde la vuelta de la democracia como en esta última campaña casi todas las principales confesiones religiosas presentes en el país quedaron involucradas. La Iglesia católica, las comunidades evangélicas y la colectividad judía estuvieron en la escena política, más allá de sí quisieron o no estar envueltas.
La principal causa fue la irrupción en la escena política de Javier Milei, una figura por demás disruptiva que sorprendió por el caudal de votos que obtuvo y que le permitió llegar al balotaje. Pero también el otro finalista, Sergio Massa, contribuyó -aunque en menor medida- a la presencia del factor religioso.
La historia de la aparición de los credos tiene una prehistoria. Se remonta a cinco años atrás, cuando Milei comenzó a disparar en las redes y los programas de radio y televisión munición gruesa contra, nada menos, el Papa Francisco. Desde sus insultos soeces, pasando considerar “un robo al que trabaja” la premisa de la justicia social que abraza el pontífice, hasta la acusación -hoy ya famosa- de ser “la encarnación del Maligno”, el libertario no anduvo con sutilezas desde su posición ultra liberal que colisiona de frente con la doctrina social de la Iglesia que, entre otras cosas, defiende el papel regulador del Estado.
Inicialmente, en la Iglesia nadie quiso responder a las descalificaciones de Milei. Consideraban que sólo se lograría amplificarlas. Al fin y al cabo, el libertario aparecía como un personaje extravagante, atractivo para los medios. Y punto. Pero su pase a la política y el interés que despertaba, en buena medida por su rechazo a los políticos, comenzó a que sea visto con atención. De hecho, hasta el Papa tomó nota del ascendente fenómeno y en marzo advirtió sobre los riesgos del descrédito de la política que, en un caso extremo, pueden dar lugar al ascenso de figuras monstruosas como Hitler en Alemania.
El haber sido el candidato más votado en las PASO terminó de encender las luces rojas en los sectores más progresistas de la Iglesia. Sin la anuencia de la cúpula de la Conferencia Episcopal -que agrupa a todos los obispos del país- los curas villeros convocaron a una misa de desagravio. Su principal referente, el padre Pepe Di Paola, llegó a decir que un católico no puede votar a Milei, lo que obligó a la Iglesia a tomar distancia porque, si bien brinda principios cívicos a los católicos, los deja en libertad a la hora elegir el voto.
Milei se mostró disgustado con la actitud de los curas villeros. Dijo que las descalificaciones al Papa tenían varios años y desde que abrazó la política ya no las profería. Pero a las 48 horas acusó a Francisco de “tener afinidad con dictaduras comunistas sangrientas”. El presidente del Episcopado, monseñor Oscar Ojea, salió al ruego a pedirle respeto por la figura del pontífice. A su vez, los curas villeros no abandonaron su ofensiva y este jueves consideraron que un triunfo del libertario sería “un peligro” para el país.
Massa quiso sacar provecho electoral entre los católicos de los cruces de Milei con la Iglesia. De paso, procuró mejorar su relación con el Papa, afectada desde sus tiempos de jefe de gabinete de Néstor Kirchner, cuando Jorge Bergoglio le achacó una operación para desplazarlo del arzobispado porteño y así congraciarse con el entonces presidente. En el primer y último debate presidencial le pidió al libertario que se disculpara, cosa que este dijo que ya había hecho en privado porque se había equivocado.
Milei comenzó a decir, además, que recibiría a Francisco “con los honores de jefe de Estado y de la Iglesia católica” si decide venir al país. Pero su referente intelectual, Alberto Benegas Lynch (h), propuso “romper relaciones con el Vaticano” mientras “haya una mentalidad totalitaria”. El libertario tuvo que aclarar que era una propuesta personal de quien la formuló. Finalmente, una versión de un reconocido diario francés de que el Papa sólo vendría si ganara Massa obligó a Francisco a desmentirlo.
Tensiones entre los evangélicos
Como ocurrió en la Iglesia católica, a medida que ascendía Milei, comenzaban las tensiones entre los evangélicos. Las diferencias se produjeron entre la progresista Federación Argentina de Iglesias Evangélicas (FAIE) -que, entre otras, integra la Iglesia Metodista, perseguida por la última dictadura- y la Alianza Cristiana de Iglesias Evangélicas (ACIERA), que agrupa al 85 % de las iglesias evangélicas y que tuvo un rol destacado en la oposición a la legalización del aborto.
Luego de un comunicado de principios tras las PASO, al entrar el libertario en el balotaje, FAIE cuestionó las propuestas más polémicas de Milei que este luego relativizó sobre portación de armas y venta de órganos: “Rechazamos cualquier proyecto que promueva la libre portación de armas. Más armas es más violencia”, dijo. Y señaló: “Somos Templo del Espíritu Santo. Por lo tanto, ni las personas, ni parte alguna de su cuerpo pueden ser compradas o vendidas”.
Además, en una implícita referencia a las posiciones sobre el terrorismo y la represión ilegal en los años ’70 de la candidata a vicepresidenta de La Libertad Avanza, Victoria Villarruel, FAIE sostuvo que “la sangre de las víctimas de los crímenes de lesa humanidad perpetrados por la última dictadura en nuestro país sigue clamando al cielo por Memoria, Verdad y Justicia”. En síntesis, para FAIE, tampoco un evangélico no puede votar a Milei.
A su vez, ACIERA manifestó su prescindencia ante las elecciones. En una declaración se pronunció por “un voto a conciencia y responsable, de acuerdo a los principios y pensamientos con los que cada uno se identifica”. A la vez que señaló que “nuestras comunidades de fe contienen la más amplia diversidad de posiciones e ideologías políticas, algo que implica para nosotros una gran riqueza, en tiempos de intolerancia al que piensa distintos”.
De paso, aclaró que nadie representa políticamente a los evangélicos. “Ningún partido político puede representar a las iglesias evangélicas, más allá de los evangélicos que lo integren”, afirmó. Y si bien elogió a los evangélicos que abrazan la política, pidió “no mezclar o confundir las funciones pastorales con la vocación por la cosa pública, siendo cuidadosos con la grey y respetando en todo las libertades y elecciones individuales de los creyentes”.
Un desafío para los líderes judíos
La colectividad judía tampoco quedó fuera de la campaña. La decisión de Milei, que se declara de origen católico, de acercarse al judaísmo también suscitó en sus miembros opiniones encontradas. El libertario decidió hace dos años empezar a estudiar La Torá y recurrió al jefe de la Comunidad Judía Marroquí de Argentina (ACILBA), con sede en el barrio porteño de Palermo, el rabino observante Shimon Axel Wahnish.
En julio, Mile realizó un viaje relámpago a Nueva York para visitar la tumba de uno de los rabinos más influyentes del siglo XX: Menachem Mendel Schneerson, conocido como el Rebe de Lubavitch, en alusión a la comunidad observante. En el inicio del acto de cierre en el Movistar Arena, en la pantalla gigante apareció la imagen del shofar, un instrumento de viento que suena ante la llegada del Año Nuevo judío.
Algunos llevaban gorras con el lema “Fuerza del Cielo”, una abreviatura de una expresión inspiradora para una batalla del libro de Macabeos: “No es del tamaño del ejército de lo que depende la victoria en la batalla, sino del cielo la fuerza”. En la DAIA ven con aprecio que Milei estudie La Torá, pero lamentan que no haya estado en su reciente encuentro anual en el que sí estuvo presente Sergio Massa.
Unos días antes, unos 4.000 artistas e intelectuales judíos progresistas difundieron una carta en a que critican las “expresiones de odio” del libertario y su “uso político del judaísmo, sus textos y sus símbolos.”. Y le achacan “declaraciones de contenido discriminatorio, misógino, contrario a la diversidad sexual, la pluralidad política y la convivencia democrática en general”.
La comunidad musulmana no quedó envuelta en la campaña. Pero, más allá de que sus miembros dicen que la guerra en Medio Oriente no es entre religiones, no es difícil imaginar lo mal que cae entre los islámicos el propósito de Milei, si llega a la presidencia, de trasladar la embajada de Tel Aviv a Jerusalén, imitando a Donald Trump.